martes, junio 10, 2008

Desahogo Otoñal

/enclave existencial

Las calles vacías duermen.

Las veredas apenas revolotean

Las hojas amarillentas.

Los candelabros ya no están.

Se acabaron los mañanas.

El pasado atrás como toda condena.

El futuro, una noche incierta.

El presente nos entuerta,

Dejando caer las riendas de

La carroza en alocado galope.

Sentir que el viento arrastra pasiones,

Recuerdos inertes de abismos inasibles;

Fúlgor del aurora cuando amanece:

Destellos de un olvido eterno

Que guarda lo que nunca permanece.

miércoles, marzo 05, 2008

Imagen Proyectada



Buscando fundamentos para una teoría corpuscular de la luz encontré esto:

"
"Y dijo Dios: Haya luz; y hubo luz."
Libro del Génesis, Cap I
Cámara Oscura

Este texto refiere la historia canina de un artefacto mediante el cual a travez de un orificio puede obtenerse sobre su pared posterior, de color blanco níveo, una imagen proyectada e invertida.
Los orígenes se remontan a los bosques, espacio natural constituido por grandes y antiguas arboledas, donde habitan los más variados animales, y se encuentran todo tipo de hongos y vegetales. De los animales que allí se encuentran quiero narrarles la evolución de una de sus particulares especies: el lobo (canis lupus). Esta criatura en su estado salvaje resulta ser animal carnívoro, que habita en manadas sobre las montañas. Su estrecho pecho y su potente espalda y piernas facilitan una locomoción eficiente para viajar por grandes distancias. Los jovenes lobos se alejan de la manada en su época de apareamiento en busca de una hembra. En su camino es muy probable que se encuentre con algún otro semejante de su especie. Aquí se libran en un combate a muerte que será decisivo para su desarrollo adulto. Una vez que ha conquistado el territorio se dispone a llevar una hembra a su nuevo lugar. La hembra en sus primeros días de celo no es receptiva a los acercamientos cariñosos del macho. La hembra está perdiendo el recubrimiento interno de su útero. El macho posee dentro de su pene una formación ósea peneana que le sirva para la inicial penetración a la hembra y para prolongar la duración del coito. Así sucesivamente los lobos se reprodujeron y luego derivó su mutación, cuando empezó a disputar su territorio con otra especie, por otro, pero más sagaz predador: el hombre. El hombre (del género Homo) es otra especie que desarrolla su vida en manadas organizadas. Posee para nuestros lobos capacidades mágicas: domina el fuego, el arte de dar luz y calor; maneja técnicas de caza, tiene una gran destreza en el arte de matar; practica rituales sagrados, invoca a los seres supremos; se expresa con semejantes, articula sonidos y espera ante el otro alguna (aunque incierta) reacción. Acá quizás aún no se distinguen mucho de los antiguos dueños de las montañas. Poco a poco, por las condiciones de vida de una y otra especie, los hombres se reprodujeron a mayor velocidad y avanzaron por las montañas, haciendo del lobo un blanco para su caza porque veía en él alguna posible amenaza. Los lobos se fueron muriendo y dispersando, algunos ya acabados por el hambre y la flacura se escondían cerca de las comunidades humanas y se alimentaban de los restos que dejaban cerca de las hogueras humeantes. Muchos de estos solitarios lobos carroñeros perdieron la vida al ser descubiertos por algún vigilante de la aldea. Los que sobrevivieron lo hicieron desarrollando un instinto tenaz para huir rápidamente con el botín conseguido y volvían a las alturas de los bosques a esconderse en cuevas. En algún momento de la historia una joven niña recogió entre sus brazos un cachorro lobezno que temblaba del frío y caía por el hambre. Quizás en este punto radique el orificio central: o :sea aquí el momento en el cual aquel animal despojado de todo tipo de protección, en el más absoluto desamparo, perdió noción de su especie.
Nada había para recordar, ahora la dulce voz de la niña lo arropaba, le proveía de calor y una sensación de confianza y comodidad. A medida que crecía se volvía simpático y amable, cada vez disfrutaba con más entusiasmo los juegos que la nena le proponía. De todos los juegos, el que más prefería era el de morder las faldas de su bienhechora para incitarla a volver a jugar. La pequeña también crecía, desarrollaba cada vez más actividades en su comunidad y pasaba cada vez menos tiempo con su lobo canino. Entonces cada cual experimentó una especial soledad. Es el vacío de estar tan lejos sin saber de qué. La desazón de perder algo que nunca ganamos. El olvido presente. El presente en niguna parte. Una absurda comedia. Un teatro interminable de nunca acabar. A lo lejos, desde la profundidad de la noches se oyen los lobos aullar: lobos solitarios heridos de muerte, agonía dispersa en las alturas, madres llorando sus crías. Los hombres tienen sus propias guerras. La joven niña entre tanta carne y tanta sangre derramada entristecía. El joven perro lobo la miraba, y mirando una gota caer sobre su alargado hocico sintió que comprendía. Ladró. Entonces la niña secó su lágrima, cerró sus ojos como un pekinés, y sonrió. Nunca lo había escuchado ladrar. Ella también ladró. Entonces descubrió que podía comunicarse y entenderse con ese animal. El perro salvaje también se regocijó. Pasaron días y una noche, entre aullidos, el lobezno escapó de la aldea y fue a su montaña natal. Tardó días buscando un rastro de su antiguo hogar. En lugar de eso sólo encontró troncos carbonizados, restos de algún animal muerto, devorado por aves de carroña, podrido de moscas zumbando alrededor. Entonces, con la cabeza baja y agachando las patas de atrás, se dirigió hasta una roca elevada desde donde se podía ver bajo el oscuro manto brillante las luces de una gran ciudad. Aspiró un viento de eternidad, y entonces, por primera vez, aulló. Al despertar se vio frente a un salvaje que entre dientes lo escudriñaba con una mirada seca y cortante. Se levantó con naturalidad. El otro animal seguía en la misma pocisión, erecto, con las orejas paradas y hacia adelante, emitiendo un sonido grave y atemorizante. El joven lobo domesticado no tuvo por respuesta más que agacharse sobre sus patas, bajó la mirada y de reojo miraba a aquel otro que ahora giraba en torno suyo, como debatiéndose su merecido destino. Se parecía a una especie de juez natural de su especie, que aún a pesar de los peligros y las muertes, se habían mantenido fieles a su manada. El perro lobo, quizás por arrepentimiento, quizás por mera sumisión, se dio vuelta, quedó tendido panza arriba y se dio por muerto. El lobo adulto, marcado por tantos combates librados al azar, distendió su posición y se sentó a su lado. Respiraba pesadamente y perdía su mirada en un entrañable más allá. Entonces nuestro perro también se sentó. Desde la altura recordaba su vida en la ciudad. Cuántos misterios quedaban allá? Cuánta comodidad! Aquella niña que lo rescató. Hoy ella era joven también. Cada uno con su más allá. El perro lobo, caminó unos pasos hacia abajo, volvió la mirada sobre su par, el otro permanecía allí, inmóvil como la roca sobre la cual posaba. Siguió su marcha en busca de aquella mujer que alguna vez lo arropó entre sus brazos. Corrió alocadamente hasta donde comenzaban las casuchas, las atravezó todas en su búsqueda, y perseguido de tanto en tanto por algún hombre de razón, escabullendose entre sus piernas. Agotado de correr y escapar, se detuvo bajo un árbol cuyas raíces al descubierto se hundían en el río. Ahí estaba ella, sentada sobre el tronco recostado, sosteniendo en la mano una desgajada flor, con la mirda agotada de tanto cargar con sus ojos vegetales ese río de agua con sal. El perro acercó su hocico a aquella mano caída y la besó. Frotó su lengua una y otra vez, siguiendo la curvatura de sus manos, escurriéndose entre sus dedos. La joven mujer, tiernamente, lo miró, y también lo besó. Besó su hocico y se dejó lamer la cara. Esta vez el perro habló y le dijo:-Mujer, descubre tu alma, muestrate como eres, perra de verdad! "

jueves, febrero 07, 2008

CADA CUAL CON SU QUIMERA

Bajo un ancho cielo gris, en una ancha llanura polvorienta, sin caminos, sin hierba sin un cardo, sin una ortiga me encontre con varios hombres que andaban encorvados.
Cada uno de ellos llevaba sobre sus hombros una enorme Quimera, tan pesada como un saco de harina o de carbon, o como la fornitura de un soldado romano.
Pero la monstruosa bestia no era un peso inerte; al contrario, envolvia y oprimia al hombre con sus muslos elasticos y poderosos; se aferraba con sus dos enormes garras al pecho de su montura; y su cabeza fabulosa encimaba la frente del hombre, como uno de esos cascos horribles con que los guerreros calculaban aumentar el terror del enemigo.
Me dirigi a uno de aquellos hombres y le pregunte a donde iban de ese modo.
Me respondio que no tenia idea, ni la tenian los demas; pero que evidentemente iban a alguna parte, ya que se sentian empujados por una invencible necesidad de andar.
Un dato curioso: ninguno de aquellos viajeros parecia irritado contra la bestia feroz suspendida de su cuello y pegada a su espalda; se hubiera dicho que cada cual la consideraba como algo que formaba parte de si mismo. Ninguno de aquellos rostros fatigados y serios testimoniaba la menor desesperacion; bajo la cupula spleenética del cielo, con los pies hundidos en el polvo de una tierra tan desolada como el cielo, andaban con la fisionomia resignada de los que estan condenados a esperar para siempre.
Y el cortejo pasó por mi lado y se sumio en la atmosfera del horizonte, alli donde la superficie redondeada del planeta se sustrae a la curiosidad de la mirada humana.
Y durante algunos instantes me obstine en tratar de comprender este misterio; pero no tardo en abatirse sobre mi la irresistible indiferencia, y esto me abrumo más de lo que a ellos abruman sus aplastantes Quimeras.




Poemas en Prosa
Charles Baudelaire.

Laberinto Marino

Escucho grillos, ladridos y una lora al pasar. La noche descansa en cada constelación, cuadro inerte, dirección del navegante piloteando un destino en la mar.
Un cangrejo manco, inmóvil despide su sirena y la que alguna vez fue mujer, al partir tras una ola, hunde su cola de pez. La arena oculta su invisible ser.
La luna brilla sobre las hojas de la vid, fruta verde madurando los rayos del sol. Tiempo perdido. La espera no es descanso, es tirarse panza arriba y flotar.
El aire salado arrastra a su paso el camino de un laberinto vegetal. Los senderos serán de piedra, de cardosanto, de arena. La salida es el abismo. Nada más.

PD:- No me pidas regresar si nunca te animaste a partir. (Seré invisible otra vez)