jueves, febrero 07, 2008

CADA CUAL CON SU QUIMERA

Bajo un ancho cielo gris, en una ancha llanura polvorienta, sin caminos, sin hierba sin un cardo, sin una ortiga me encontre con varios hombres que andaban encorvados.
Cada uno de ellos llevaba sobre sus hombros una enorme Quimera, tan pesada como un saco de harina o de carbon, o como la fornitura de un soldado romano.
Pero la monstruosa bestia no era un peso inerte; al contrario, envolvia y oprimia al hombre con sus muslos elasticos y poderosos; se aferraba con sus dos enormes garras al pecho de su montura; y su cabeza fabulosa encimaba la frente del hombre, como uno de esos cascos horribles con que los guerreros calculaban aumentar el terror del enemigo.
Me dirigi a uno de aquellos hombres y le pregunte a donde iban de ese modo.
Me respondio que no tenia idea, ni la tenian los demas; pero que evidentemente iban a alguna parte, ya que se sentian empujados por una invencible necesidad de andar.
Un dato curioso: ninguno de aquellos viajeros parecia irritado contra la bestia feroz suspendida de su cuello y pegada a su espalda; se hubiera dicho que cada cual la consideraba como algo que formaba parte de si mismo. Ninguno de aquellos rostros fatigados y serios testimoniaba la menor desesperacion; bajo la cupula spleenética del cielo, con los pies hundidos en el polvo de una tierra tan desolada como el cielo, andaban con la fisionomia resignada de los que estan condenados a esperar para siempre.
Y el cortejo pasó por mi lado y se sumio en la atmosfera del horizonte, alli donde la superficie redondeada del planeta se sustrae a la curiosidad de la mirada humana.
Y durante algunos instantes me obstine en tratar de comprender este misterio; pero no tardo en abatirse sobre mi la irresistible indiferencia, y esto me abrumo más de lo que a ellos abruman sus aplastantes Quimeras.




Poemas en Prosa
Charles Baudelaire.

Laberinto Marino

Escucho grillos, ladridos y una lora al pasar. La noche descansa en cada constelación, cuadro inerte, dirección del navegante piloteando un destino en la mar.
Un cangrejo manco, inmóvil despide su sirena y la que alguna vez fue mujer, al partir tras una ola, hunde su cola de pez. La arena oculta su invisible ser.
La luna brilla sobre las hojas de la vid, fruta verde madurando los rayos del sol. Tiempo perdido. La espera no es descanso, es tirarse panza arriba y flotar.
El aire salado arrastra a su paso el camino de un laberinto vegetal. Los senderos serán de piedra, de cardosanto, de arena. La salida es el abismo. Nada más.

PD:- No me pidas regresar si nunca te animaste a partir. (Seré invisible otra vez)