jueves, noviembre 15, 2007

Valle de las Penas


Caminando por las oscuras calles desiertas, descubrí entre mis pasos un olor fétido y penetrante, aspiré fuertemente en una actitud sadomasoquista y pude ver entre un montón de cartones y harapos el cuerpo inerte y hediondo. Las arrugas del rostro tenían la aridez de una salina, la desesperanza de sus habitantes, el olvido inmediato de cada uno que lo veía al pasar. El color barroso se diluía en cada uno de sus poros escurriéndose en cada gota un sudor tan helado como imperceptible a los sentidos . Hecho de tierras, de todas las tierras, de todos sus colores. Vagamundo inconfundible aparecen en sus ojos todos los mares, todas las sales, todo ahogo. Inmenso abismo que estremece a quien no ha quemado sus entrañas con la brisa de la arena bajo un ardiente sol enloquecedor. El rojo cielo hundiéndose marca el fin. La cabellera cenicienta de toda la cenizas, de todo los humos, de todo los fuego ex-tinto.

miércoles, octubre 31, 2007

lunes, septiembre 17, 2007

Pavo Real

“...los tiros no duelen mucho, él sabe que sólo arden...”

Patricio Rey y Sus Redonditos de Ricota

El recuerdo suele ser impreciso, pero al abrir los ojos no conocía frontera ni límite para el sentimiento de una brutal ira que aún no comprendía ni podía dimensionar. Los guardapolvos níveos se paseaban a mi alrededor y yo me veía listo para ejercer alguna función complementaria, me hacían consultas sobre algunas cuestiones programáticas, y con mucha seguridad organizaba sus idas y vueltas: yo era el organizador del palomar, tenía a mi cargo cada una de sus celdas, sus vuelos y sus mensajes cifrados. El resultado era un armonioso paseo de palomas al frente de un auditorio colmado, lleno de corridas por los pasillos, de preguntas urgentes, de llamadas imprevistas y demás. Todo se desarrollaba con absoluta naturalidad: los cantos tristes y lastimeros de malheridos y convalecientes desplumados se hicieron escuchar ante la indiferencia usual, le siguieron algunos de tonos exóticos, liras y odas interminables a todo color y a pura elocuencia verborrágica aduladora. La tensión del lugar se concentró en el momento en que se apagaron las luces y sobre la escena principal una luz blanca iluminaba al pavo real. Recuerdo que un acceso de tos amplificado daba comienzo a un silencio sepulcral. El ojo de la tormenta se produjo en aquel instante, cuando las primeras palabras se cortaron en seco con el estampido del proyectil dirigido contra el ave reina. El revoloteo fue inminente. Los guardapolvos volaron en todas las direcciones, chocándose alborotadamente unos contra otros, en medio de un griterío creciente a la par de la confusión general. Afuera la hierba mojada entregaba aire fresco y oxigenado, expandía las cavidades pulmonares y distendía florecientes alvéolos para recibir su gracia recuperadora de almas para algunos cuerpos. Cuando las palomas salieron a la luz, hubo las que emprendieron un vuelo desprolijo en clara señal de retirada, hubo las que cada vez que se agrupaban dejaban oír sus cotorreos sobre un magnicidio, hubo las que pronto rodearon el cuerpo del ave mayor y en una maratónica expedición se lo llevaron a donde nadie nunca supo, hubo las que nunca supieron qué debían hacer y por eso revoloteaban aún como desprovistas de ojos, como torpes murciélagos en pleno día.

Cuando logré estar sólo llamé a mis compañeros para avisarles lo que había sucedido y cuál era el estado de las cosas. Tal acción fue completamente inútil, ya que cuando pude establecer contacto con ellos ya los veía aparecer desde los edificios cercanos y desde las calles que desembocaban en aquel parque natural del saber, donde también había cascadas, ríos y lagos de agua potable para las siestas estivales. Algunas palomas espantadas ante la llegada de los nuevos invasores se refugiaron en el antiguo recinto sin más escapatoria que la desesperación. El edificio pronto fue rodeado por los manifestantes y un coro bailaba formando una gran ronda en torno a él. Los gordos se largaron a los gritos gruesos como eructos de puercos mal alimentados, atrás de ellos los bailarines de a poco y con gracia destrozaban el lugar, le siguieron los artistas que en cada paso dejaban un decorado vómito florido no libre de sus respectivas pestilencias. Los hechos fueron caóticos, dijeron los medios titulares en el epígrafe de una foto que mostraba a un pavo real degollado. El absurdo es bello, reflexionaba el fundamento de todo saber.

La noche llegó inesperadamente, y mientras armaban las tiendas para acampar, había que volver a la casa de tareas para registrar y documentar todo lo sucedido, comunicarlo a las demás organizaciones de camaradas que seguramente permanecían en estado de alerta y una vez resueltas las cuestiones administrativas dar aviso a la sociedad. Un patio separaba a aquella guarida de la casa de distensiones, donde se escuchaba música, bailes y risas de una profunda felicidad. Había que respetar y honrar cada hogar. El patio pertenecía a un espacio neutro, era el lugar por excelencia para el debate, la charla interminable, los grandes planes para el mañana próximo, siempre incierto. Así fue como compartiendo una cerveza y un cigarrillo con Adrián escuchamos el alboroto de la casa de tareas. De allí comenzaron a salir algunas compañeras y compañeros entre gritos e insultos eufóricos. Corrimos a la casa en dirección contraria a la avalancha humana y vimos que un grupo liderado por uno de los gordos, que había llegado en un auto negro y de chapa oxidada, estaba tomando por asalto el control de la situación. Los segundos que siguieron fueron más confusos aún. La memoria me devuelve la imagen de dos bandos enfrentados: unos amotinados en la casa de tareas, y otro grupo atrincherado en el patio y en la casa de distensiones. Cuando cada uno ocupaba su posición hicimos volar los primeros botellazos contra la casa de tareas para dar una primera avanzada y recuperar el terreno arrebatado. Los amotinados en la casa se abarrotaron unos contra otros y desde el patio algunos se acercaban agachados en cuclillas o al ras del suelo para cubrirse de posibles ataques. Miré a mi compañero y tras su gesto afirmativo me preparé para la corrida, levanté la vista y desde adentro del tumulto un par de ojos iracundos buscaba insidiosamente cargarse contra alguien. La decisión de avanzar estaba tomada y cuando apoyaba todo el peso de mi cuerpo para dar el primer paso ya tenía al frente el cuerpo entero del traidor con el brazo extendido y la mirada fija en el destino de una explosión de la que sólo recuerdo caer.

Sentía una profundidad abismal, silencios eternos y ecos de una realidad distante que chorreaba gotas frías, al tiempo que con el dedo índice penetraba en el orificio viscoso de la crueldad, del espanto y horror. La imagen de la sangre fluyendo continuamente no era algo para preocuparse, más bien resultaba ilusoria, irreal, cualquiera podía ser su color. Con la garganta anudada toqué el plomo sobre el final del túnel carnoso y aún con los ojos cerrados pude sacarlo hasta ver la luz. Brillaba sobre la mano ensangrentada una esfera inofensiva, extraña y diminuta. Cerré con fuerza los ojos y el puño con el metal, y ante mí pude ver una vez más ese rostro conocido que se abatía contra mí en una entrega desenfrenada, y esos ojos de bestia ante los cuales me juraba vengar.

viernes, mayo 18, 2007

ESPEJISMOS

El calor intenso de un día despejado dibuja sobre los caminos pavimentados de líneas blancas intermitentes, intercalados con la continuidad, a veces doble, de precaución amarrilla, el espejo a la distancia del agua que jamás llegará. Corre, corre la carretera mientras vemos todo pasar, al tiempo que cansa los ojos y nos impide saber qué habrá más allá de todo fin, de todo destino. Por la noche la luz ya no es una sola, universal y natural, son pequeñas farolas encendidas navegando en medio de la oscuridad, avanzando alocadas a no poder más. La velocidad no nos deja ver paisajes ni soledades, proyecta sobre sus vueltas el futuro presente de inmóvil hiperactividad sobre un asiento cómodo apretando a fondo el pedal. No hay forma de volver atrás, las autopistas no tienen fin. Caerá la lluvia y serán las gotas quienes nos verán caer sin que nos puedan tocar, un parabrisas seguro nos protege. El aire ahora es fresco y ya no se siente, sólo el calor mecánico nos da la comodidad sin estrellas sin que nada sea real. La noche se inquieta avanzando y esquivando los pesados, dejando sus luces lentas atrás, multiplicadas por los cristales líquidos que caen unos tras otros, proyectados desde su origen en un recorrido tan aparentemente absurdo como el que trazamos al llegar a cada lugar. El sol vuelve a nacer, tímido comienza a develar las siluetas terrestres que la noche apenas insinúa, aparecen los colores según su intención. El sol amarillo pinta de rojo las nubes grises que acaban de pasar, azules sus tejados de vapor. “Dos rectas paralelas jamás se unirán” reza la regla matemática, al mismo tiempo que ambas líneas a mis costados acaban en la bajada uniéndose en el centro de la visual, en un horizonte donde abajo sólo veo animales pastando, montañas y dispersos hogares que entran en actividad, y por encima los cementos y cementerios superpoblados de la ciudad. Las rutas son un trance ¿nada más?

viernes, mayo 11, 2007

Agave/1

Mañana fresca de campo, aire verde matutino, sol indeciso entre nubes, vientito despertador y humo ascendente desde los hogares. El tiempo transcurría con la serenidad que caracteriza a los pueblos que viven alejados del agobiante rugido de la ciudad. Caminé hasta el lugar señalado, con un poco de ansiedad, cuando por fin pude ver la planta seca, erguida como un monumento vegetal, con sus ramas y flores bronquiales de color amarillento. Su porte era tal que imponía un respeto ceremonial, sin embargo, permanecía indiferente a los ojos de la mayoría que no veía en ella más que una planta seca, lista para caer al fuego como leña. A medida que la observaba crecía su espectacularidad, su tronco se ensanchaba hacia abajo, perdiéndose con las hojas que yacían sobre un suelo humedecido por la garúa fría y cortante de la noche anterior. A sus costados, como sus fieles protectoras, aparecían otras plantas semejantes pero en su plena vida, con sus hojas carnosas, agresivas, rodeadas de espinas, y con una garra letal y amenazadora en la punta. Parecían estas plantas más jóvenes ser escuderas de aquella planta muerta, como si cada una de ellas en un acto de valor estoico estuviera dispuesta a defender ésa hermana de savia. No quedaba opción, si la deseaba realmente debía batir a las demás para abrirme paso cortando sus brazos a machetazos cual samurai en plena guerra antigua en busca de la cabeza del rey, corriendo sobre cadáveres y ríos de sangre. La savia chorreaba lenta y viscosa después de cada brutal corte. Sabía que no debía tocarla. Ya me habían advertido de sus venenos, que ocasionaban en los inadvertidos fiebres, ronchas, mareos y hasta alucinaciones. Seguí a pesar de todo, entre cortes y pinchazos, y quedé al frente de mi planta, tal como la quería, totalmente muerta y de brazos caídos, secos y flácidos. Ahora debía deshojarla, arrancar una a una sus extremidades adheridas, amputarlas desde la raíz donde nacían y morían. El olor que empezaron a largar las plantas cortadas se hacía cada vez más intenso y llegaba a ser casi nauseabundo, sumado a un extraño hedor vegetal, y de tanto en tanto abría grande los ojos para no desmayar. Tomé distancia como para volver a respirar el aire fresco y libre del lugar, bebí un buen trago de agua, y entonces recobré mejor el conocimiento. Cruzaban algunos pájaros del lugar, la mañana se veía avanzada por las actividades del poblado, un camión era llenado con ramas y algunas botellas y demás desperdicios del lugar, los niños de una casa juntaban troncos y leños para encender un fuego que serviría seguramente para cocinar y calentar el hogar, su madre salía a tender sus ropitas heredadas de hermano en hermano. Cuando me sentí listo volví al lugar que había dejado. Quedaba menos por hacer, la planta se veía (y se sentía) cada vez más desnuda y al mismo tiempo más simple y más perfecta. Seguí desvistiéndola, hoja tras hoja hasta llegar a tierra. En ese momento había que ser delicado, tomar el gran tronco entre las manos y moverla suavemente. Su peso hacía que de momentos la tuviera que calzar al hombro y desde allí moverla en cuanta dirección fuera posible para que se desprendan cada una de sus últimas raíces ligadas a la tierra. Creo que este fue el momento más sagrado de todo el ritual, sacar a la luz las raíces que sólo conocían la oscuridad y la humedad de la tierra. Por fin, después del combate, conocieron al luz y el aire del campo, y la planta entera recibió aquel mediodía brillante desde lo alto, acostada y desnuda como nunca antes. Natural. Todo aquello era perfectamente natural.




domingo, abril 29, 2007

Buscando la Vertiente





















La tarde se consumía lentamente, hacía ya unas horas que caminabamos entre las piedras antropomórficas de rostros duros pero no por eso menos expresivos, mostraban eternamente sus caras de viejos sabios, pensativos algunos, arrugados y amargados otros. Los árboles tabién reclamaban su vitalidad y extendían sus ramas hacia el cielo de donde se colaban los rayos del sol. La tarde era intensa en olores, sombras y formas, después de caminar un buen rato siguiendo un arroyo fresco nos encontramos con una montaña que se tragaba su curso, desde el lugar que veníamos nosotros, porque en realidad de ella brotaba el hilo de agua que se convertiría en el río que perseguíamos.Descubrimos que de la montaña manaba una pequeña cascada y más adentro se podía ver que continuaba hacia adentro de las rocas, por donde veíamos haces de luz entrecruzados que daban sobre el verde húmedo que acompañaba a la piedra. La curiosidad por esa cueva interna y natural fue irresistible, ella no quiso entrar, y yo decidí entrar por el espacio que se abría por encima de la caída de agua. No había mucho lugar para pasar pero apenas acomodé mis piernas bajé y quedé roodeado de un aire a la vez puro pero espeso. No se veía nada, pero de a poco fui tanteando entre relieves de las sombras y los que aparecían al tacto, por momentos la roca que acababa en punta cerrando el paso estaba indicando a su vécina que siguiendola con la mano mostraba un hueco por donde seguro se podría pasar trepando un poco. Entonces la roca se volvió por momentos más solida y más firme y pude avanzar por una especie de pasillo, y de repente apareció una ventana que tuve subir para seguir avanzando. Otro pasillo, pero en el medio de éste el agua corría en mi dirección contraria, lo cual me indicaba que seguía llendo río arriba. El aire se volvía cada vez más húmedo y vegetal entre las piedras sudadas de gotas frescas y brillantes en medio de la oscuridad. Cuando miré el agua que se iba pude ver una franja de luz de sol, quería saber a dónde me llevaba y la seguí. Cuando me asomé por el huequito por donde entraba se veían las hojas y las ramas de algunos árboles pero que estaban a una altura bien distinta y al mirar al frente me dí cuenta de que había llegado al mismo lugar de donde había comenzado. Volví esta vez por el pasillo con agua, siguiéndola hasta que el paso se cerraba una vez más por una roca atravezada por donde podía asomar la mano y se podía ver el otro lado de la montaña y respìrar otro aire menos denso. Volví hasta la ventana que me llevó a ese lugar y seguí por encima de las rocas más oscuras y de más abajo, adivinando los pasos y apoyando las manos contra las paredes tuve al rato un espacio de cielo abierto ante mis ojos. Apoyé mi pié en la piedra, asomé la cabeza, pegué un salto y ya estaba parado del otro lado, respirando viento, y encntado por la cima del lugar, se podían ver los valles, el río que seguíamos y ciega de sol, sentada sobre una piedra mi compañera más allá.

jueves, abril 05, 2007

LABERINTO/4

SOLEDAD
No puedo pensar más es cierto, y mucho menos cuando llego a la conclusión de la que siempre escapé, pero a la cual siempre acabo por llegar: la soledad y sus caminos. Sus caminos que me encierran una y otra vez, esté donde esté y vaya por donde vaya. Me persigue, por más que corra ella me deja ventaja, me deja pasar corriendo a su lado, que me burle de ella, descansa, me ve pasar y sonríe con desprecio, con la mirada rencorosa del vengador y cuando hay entre nosotros una prudencial distancia se levanta, estira sus fibras y en un abrir y cerrar de ojos corre hasta mí, pega un salto sobre mis caderas, resbala ante mis pies, abrazándolos bien fuerte y ve con gusto mi cuerpo caer. Ahora ahí me encuentro, escribiendo que es lo único que me deja hacer en paz, y lo hace por gusto y por puro placer, porque a esta señora soledad le gusta verme inmóvil, y por eso disfruta tanto el camino de mis letras, porque en ellas a pesar de haber historias, sólo hay una quietud real. Levanto la vista y veo de nuevo el cóndor en pleno vuelo:

Alabanza al Cóndor
Alabado cóndor alado que por alturas andas
No dejo de admirar tus alas pasar
La inmensidad de tu sombra sombría y señorial
En el vuelo agudo de tu eterna oscuridad
Entregado al abismo entre nubes y cielos
Solitario que tú sólo conoces
Vistes ríos, cerros, senderos, montañas y mar
Entre ellos aire es aliento, inspiración y camino
La tierra es para ti el alimento y nada más
Y entregas los mortales a tus criaturas y su hogar
No dejes nunca el vuelo del viento que aspiras
Porque la tierra avarienta espera ver tus alas caer
¡Que por los siglos invada mi alma tu eterna paz,
la sabiduría y la eternidad negra de tus ojos,
la voracidad y el silencio firme de tu bocaza,
la soltura y la firmeza precisa de tus garfios,
la seguridad y la dirección pelada de tu cabeza,
la corriente y la vitalidad rojienta de tu sangre,
la fortaleza y la docilidad gigante de tus alas!
¡Sea por siempre tuya mi alma y mi andar
cóndor alabado que veo al pasar!






miércoles, abril 04, 2007

martes, marzo 27, 2007

LABERINTO/2

Descubrimiento
Cuando abrimos los ojos y salimos del lugar donde dormíamos, era bastante temprano y el día se respiraba intensamente entre el verde de las plantas, de los árboles y de la bosta del ganado. Preparamos unos mates y los acompañamos con el pan que conseguimos en la despensa del último poblado que atravesamos hasta llegar a donde estábamos. Mi compañera parecía contenta con el viaje, por fin descansaba de la hastiada ciudad y podía ver, como le había prometido, que no era tan difícil derribar todos sus muros desde los cimientos sin necesidad de dinamitarlos. Descubrió entonces que la pólvora estaba a nuestro alcance y que el lugar donde se escondía era entre nuestras ideas, que allí había estado siempre y qué sólo había que encender la mecha. Ahora descubría una nueva civilización, una nueva superpoblación y nuevos sonidos ensordecedores, que quizás por novedosos le resultaban tan encantadores. Las brasas del fuego con el que habíamos calentado el agua se iban apagando de a poco y como la mañana era fresca le echamos unas ramas de un árbol seco que estaba a pocos metros. Volvió la luz y el calor, y mientras miraba el fuego mi compañera me preguntó: -¿cómo puede ser que este laberinto no tenga fin? Debe ser algo metafórico porque si lo único que hay es naturaleza una salida tiene que haber.- Yo que todavía no entendía mucho pensé por un momento pero la mente esquivó toda respuesta y fue absorbida por el fuego.-La verdad que no sé...- le respondí mientras le extendía un mate renovado. Ella quedó pensativa y no dijo más nada. Al rato, se levantó decididamente hasta la carpa, revolvió un poco entre sus cosas y sacó la máquina de fotos. Abrió el estuche, sacó la cámara, cargó el rollo, acomodó la posición, midió la luz, calculó la velocidad, corrió la película y fotografió un ave de gran tamaño que giraba alrededor nuestro. Los deseos serán perecederos pero los recuerdos parecen ser eternos, y esa mañana estaba cargada de una incertidumbre que sólo nos aseguraba que lo que sucedería iba a ser imborrable. Con esa sensación desarmamos el pequeño campamento, acomodamos todo en las mochilas, y echamos a andar el nuevo día. (Seguramente, todo esto te parece una gran mentira y créenme que no lo era, ni lo es, todo existe!). A medida que avanzábamos, nuestras mochilas y nosotros mismos parecíamos perder peso y no se trataba en este caso de ninguna nave extraterrestre ni de nada de eso, sino de la energía que sentíamos en contacto con las plantas y piedras que íbamos cruzando a medida que subíamos el próximo cerro. El camino de repente se volvió más angosto y tuvimos que pasar de a uno trepando por la superficie rocosa. A veces mi compañera subía con mi ayuda y después me recibía los bolsos hasta que subiera y siguiéramos andando, guiándonos por los montoncitos de piedras que hacían las veces de señales. Me acuerdo que le llamaban mucho la atención y que se detuvo en cada uno de ellos a fotografiarlos porque en cada uno veía rostros diferentes y con diferentes expresiones humanas. A mí eso me gustaba y me atraía... Y fue precisamente ése el motivo por el cual la había elegido a ella. Sabía encontrar en cada piedra, en cada hoja, en cada hormiga un modo de expresar su fascinación, su encanto y su intriga. En esos momentos y en esos silencios creo que era cuando mejor nos encontrábamos, cada uno en su mundo, en perfecta armonía el uno con el otro.

jueves, marzo 22, 2007

LABERINTO/1

Entrada
Cuando lo vimos la idea nos pareció excitante pero peligrosa, pero eso era justamente lo que estábamos buscando desde hacía un tiempo. El cartel decía: PASE Y ENTRE AL LABERINTO SIN FIN. Resultaba bastante difícil imaginar la posibilidad de llegar a un lugar sin salida y sin escapatoria después de haber huido del infierno que a cada uno le había tocado en suerte. Sin pensar más nos miramos y encontramos la seguridad para entrar. La puerta eran unos arbustos entreabiertos que apenas dejaban pasar nuestros cuerpos y los equipajes. En ese momento me acordé de las palabras de aquellos viajeros que alguna vez y de paso me dijeron “si te metés en un laberinto no lleves mucho peso, sólo carga lo necesario”. Entonces decidimos dejar algunas cosas que seguramente no íbamos a utilizar y/o que tenían poca importancia. Una vez que sentimos estar listos para el viaje miramos hacia nuestro frente y pudimos ver de qué se trataba con algunos detalles. El escenario estaba compuesto de rocas que formaban una especie de olla, dos ríos que se juntaban y formaban uno solo, algunos animales de crianza, un sol de atardecer y un aroma a campo que hacía al aire más respirable y distendido de lo que nos tenía acostumbrados. Nos pareció un poco absurdo apurarnos cuando recién llegábamos a un lugar tan extraño como agradable y empezamos a caminar lento, descubriendo de a poco las intimidades del lugar, sus formas, sus colores y su energía, que brotaba como una semilla al germinar. Y así, caminando por partes, trepando por otras, fuimos subiendo por las piedras hasta lo que sería para nosotros, en ese momento, la cima más elevada. Una vez arriba el deslumbramiento no podía ser mayor: arboledas que formaban pequeños bosques, arroyos que cruzaban el camino, muros de piedra que hacían obstáculos, huesos que nos recordaban a la muerte en ese lugar tan lleno de vida. La sorpresa nos detuvo por un instante en el que nos quedamos contemplando lo que veíamos a nuestro alrededor, sin pensar demasiado, pero sintiendo que de a poco éramos absorbidos por ese inmenso laberinto natural. De pronto el día se prestó a dejarle paso a la noche, y el sol fue escondiéndose detrás de la última colina a medida que se iba oscureciendo. El día había sido largo y seguramente el que le seguía no lo iba a ser menos, por lo que decidimos que lo mejor sería descansar hasta el amanecer.