jueves, marzo 22, 2007

LABERINTO/1

Entrada
Cuando lo vimos la idea nos pareció excitante pero peligrosa, pero eso era justamente lo que estábamos buscando desde hacía un tiempo. El cartel decía: PASE Y ENTRE AL LABERINTO SIN FIN. Resultaba bastante difícil imaginar la posibilidad de llegar a un lugar sin salida y sin escapatoria después de haber huido del infierno que a cada uno le había tocado en suerte. Sin pensar más nos miramos y encontramos la seguridad para entrar. La puerta eran unos arbustos entreabiertos que apenas dejaban pasar nuestros cuerpos y los equipajes. En ese momento me acordé de las palabras de aquellos viajeros que alguna vez y de paso me dijeron “si te metés en un laberinto no lleves mucho peso, sólo carga lo necesario”. Entonces decidimos dejar algunas cosas que seguramente no íbamos a utilizar y/o que tenían poca importancia. Una vez que sentimos estar listos para el viaje miramos hacia nuestro frente y pudimos ver de qué se trataba con algunos detalles. El escenario estaba compuesto de rocas que formaban una especie de olla, dos ríos que se juntaban y formaban uno solo, algunos animales de crianza, un sol de atardecer y un aroma a campo que hacía al aire más respirable y distendido de lo que nos tenía acostumbrados. Nos pareció un poco absurdo apurarnos cuando recién llegábamos a un lugar tan extraño como agradable y empezamos a caminar lento, descubriendo de a poco las intimidades del lugar, sus formas, sus colores y su energía, que brotaba como una semilla al germinar. Y así, caminando por partes, trepando por otras, fuimos subiendo por las piedras hasta lo que sería para nosotros, en ese momento, la cima más elevada. Una vez arriba el deslumbramiento no podía ser mayor: arboledas que formaban pequeños bosques, arroyos que cruzaban el camino, muros de piedra que hacían obstáculos, huesos que nos recordaban a la muerte en ese lugar tan lleno de vida. La sorpresa nos detuvo por un instante en el que nos quedamos contemplando lo que veíamos a nuestro alrededor, sin pensar demasiado, pero sintiendo que de a poco éramos absorbidos por ese inmenso laberinto natural. De pronto el día se prestó a dejarle paso a la noche, y el sol fue escondiéndose detrás de la última colina a medida que se iba oscureciendo. El día había sido largo y seguramente el que le seguía no lo iba a ser menos, por lo que decidimos que lo mejor sería descansar hasta el amanecer.

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