martes, marzo 27, 2007

LABERINTO/2

Descubrimiento
Cuando abrimos los ojos y salimos del lugar donde dormíamos, era bastante temprano y el día se respiraba intensamente entre el verde de las plantas, de los árboles y de la bosta del ganado. Preparamos unos mates y los acompañamos con el pan que conseguimos en la despensa del último poblado que atravesamos hasta llegar a donde estábamos. Mi compañera parecía contenta con el viaje, por fin descansaba de la hastiada ciudad y podía ver, como le había prometido, que no era tan difícil derribar todos sus muros desde los cimientos sin necesidad de dinamitarlos. Descubrió entonces que la pólvora estaba a nuestro alcance y que el lugar donde se escondía era entre nuestras ideas, que allí había estado siempre y qué sólo había que encender la mecha. Ahora descubría una nueva civilización, una nueva superpoblación y nuevos sonidos ensordecedores, que quizás por novedosos le resultaban tan encantadores. Las brasas del fuego con el que habíamos calentado el agua se iban apagando de a poco y como la mañana era fresca le echamos unas ramas de un árbol seco que estaba a pocos metros. Volvió la luz y el calor, y mientras miraba el fuego mi compañera me preguntó: -¿cómo puede ser que este laberinto no tenga fin? Debe ser algo metafórico porque si lo único que hay es naturaleza una salida tiene que haber.- Yo que todavía no entendía mucho pensé por un momento pero la mente esquivó toda respuesta y fue absorbida por el fuego.-La verdad que no sé...- le respondí mientras le extendía un mate renovado. Ella quedó pensativa y no dijo más nada. Al rato, se levantó decididamente hasta la carpa, revolvió un poco entre sus cosas y sacó la máquina de fotos. Abrió el estuche, sacó la cámara, cargó el rollo, acomodó la posición, midió la luz, calculó la velocidad, corrió la película y fotografió un ave de gran tamaño que giraba alrededor nuestro. Los deseos serán perecederos pero los recuerdos parecen ser eternos, y esa mañana estaba cargada de una incertidumbre que sólo nos aseguraba que lo que sucedería iba a ser imborrable. Con esa sensación desarmamos el pequeño campamento, acomodamos todo en las mochilas, y echamos a andar el nuevo día. (Seguramente, todo esto te parece una gran mentira y créenme que no lo era, ni lo es, todo existe!). A medida que avanzábamos, nuestras mochilas y nosotros mismos parecíamos perder peso y no se trataba en este caso de ninguna nave extraterrestre ni de nada de eso, sino de la energía que sentíamos en contacto con las plantas y piedras que íbamos cruzando a medida que subíamos el próximo cerro. El camino de repente se volvió más angosto y tuvimos que pasar de a uno trepando por la superficie rocosa. A veces mi compañera subía con mi ayuda y después me recibía los bolsos hasta que subiera y siguiéramos andando, guiándonos por los montoncitos de piedras que hacían las veces de señales. Me acuerdo que le llamaban mucho la atención y que se detuvo en cada uno de ellos a fotografiarlos porque en cada uno veía rostros diferentes y con diferentes expresiones humanas. A mí eso me gustaba y me atraía... Y fue precisamente ése el motivo por el cual la había elegido a ella. Sabía encontrar en cada piedra, en cada hoja, en cada hormiga un modo de expresar su fascinación, su encanto y su intriga. En esos momentos y en esos silencios creo que era cuando mejor nos encontrábamos, cada uno en su mundo, en perfecta armonía el uno con el otro.

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